Guerra biológica, siglo XV

La historia de la guerra biológica[1] en la antigüedad, hasta el siglo XV, se escribió con muchos muertos.
Sabemos que los hititas, entre el 1500 y 1200 AC, expulsaban a las víctimas de la peste a los campos enemigos.
De los asirios se decía que conocían un hongo de centeno, el ergot (Claviceps purpurea) cuyos efectos serían semejantes al LSD; de lo que no hay pruebas concluyentes es que lo hayan empleado para envenenar las fuentes de agua de sus rivales.
Según Homero, en su tiempo se envenenaban las puntas de las flechas cuando sucedió la guerra de Troya.
Llegado el 590 AC, sabemos que Grecia conocía una variedad de plantas para envenenar las fuentes enemigas, la helleborus.
Durante el siglo IV AC los escitas lanzaban flechas envenenadas a las que untaban de heces de tal forma que las heridas causadas se infectaran.
En el 184 AC Aníbal hacía lanzar ollas llenas de víboras en las cubiertas de los barcos enemigos, etc.
Durante la edad media las víctimas de peste bubónica eran catapultados a territorio rival como armas biológicas.
Destacamos durante el siglo XV a Vlad Dracul (1431-1476), más conocido como El empalador y el personaje histórico de referencia para la creación del Drácula de Bram Stocker[2]. Estando en guerra contra los turcos, Vlad Dracul ideó un plan sencillo pero efectivo en su lucha: ordenó reunir a todos los tuberculosos, sifilíticos y demás enfermos contagiosos que habitaban su reino, proporcionándoles vestimentas turcas e infiltrándolos en las líneas enemigas. Eran ellos unas verdaderas bombas biológicas. Por si acaso fueron motivados fehacientemente: por cada turco que muriese, recibirían una recompensa. ¿Cómo lo demostrarían? Debían regresar a presencia de Vlad Dracul con el turbante del turco fallecido. He ahí pues, a mi juicio, la primera guerra biológica.
[1] Biological warfare (BW), en inglés. Es el uso de agentes patógenos, bacterias y virus, como armas biológicas.
[2] Vlad Tepes (Vlad III) había nacido en Transilvania y fue conocido por la defensa de su país y por sus extremos de crueldad. Se le decía el empalador porque uno de los sistemas preferidos de tortura elegidos por él para sus contrincantes era insertarles por el ano o la vagina un palo largo sin punta y colgarlos para que agonizaran y fallecieran entre dolores impensables.

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